El octeto de cuerda acerca el cuarteto a la orquesta sin perder ni su intimidad ni la transparencia de su expresión, pero otorgando un mayor relieve a ésta. Dos de los grandes cuartetos del presente, el Belcea y el Ébène, se unen para ofrecernos un delicioso repertorio con dos obras señeras. El Octeto de Mendelssohn es epítome de la producción de cámara de su autor, con todos los rasgos de su estilo, del juego de la luz y la sombra a la presencia de lo feérico. El de Enescu, la evidencia, por si hiciera falta, de que el compositor rumano, para el que la modernidad se entrecruza con la evocación de lo popular, merece un lugar indiscutible en la música del siglo XX.