Alcazaba fue pintado por Guerrero en 1973, (en Nueva York según el catálogo razonado) cuatro años después de su vuelta a España. Cincuenta años nos separan hoy del momento en el que pintó esta particular representación de la alcazaba, que parece inspirada por una imagen mental cercana a los recuerdos de la infancia en Granada, más alusivos que descriptivos, cargados de afectos. El cuadro presenta una superficie pictórica en la que el gesto es visible pero contenido y construido a la vez. Su espacio es abierto, extendido, el color sobrio y sensual al mismo tiempo, su estructura-composición deliberadamente plana, canónicamente moderna podríamos decir, a medio camino entre el espacio de Klee, Matisse y Motherwell. Durante los años que nos separan de su creación, en nuestro país hemos pasado del final tecnocrático de la dictadura franquista, a la democracia representativa, al posmodernismo de la transición, a la entrada en la CEE y ahora globalmente, a la financiarización general de la economía mundial del neoliberalismo y a la revisión radical de la modernidad que implica el antropoceno, con la plena progresión del recalentamiento del planeta y el hundimiento generalizado de la biodiversidad. El espacio tiempo prometido por la modernidad se ha transformado, convirtiéndose en inestable y tormentoso en un futuro que se nos aparece incierto, el tiempo deja de ser infinito para transformarse en fragmento, en presencia permanente. La conferencia, en diálogo con el cuadro y ayudándose con imágenes, planteará una serie de preguntas, asociaciones de ideas, conjeturas sensibles, como maneras distintas de leer Alcazaba hoy en día.

MIquel Mont, noviembre 2022