« Le monde est clos et le désir infini », afirmaba Daniel Cohen en uno de sus ensayos que lleva por título esta misma sentencia. Uno de los grandes desafíos de nuestro tiempo es pues cómo entamar una acción colectiva para gestionar una explotación y distribución justa de los recursos que, al mismo tiempo, permita frenar el desajuste climático. Si nuestro objetivo como sociedad es alcanzar un desarrollo sostenible, ¿es moralmente reprobable la sobreexplotación de los recursos naturales?, ¿estamos en condiciones de controlar el consumo? Te esperamos para compartir una conversación filosófica sobre esta apasionante cuestión en torno a un café.

Los antiguos griegos propusieron diversos mitos sobre la técnica, mitos en que los dioses, aquellos seres inmortales, se enfrentaban a los primeros representantes de los hombres. Uno de ellos, el de Prometeo, sirvió incluso como mito fundacional de nuestra edad contemporánea.

Como suele ocurrir con los mitos, no tienen una lectura unívoca, sino que dejan abiertas varias vías de interpretación, pero podemos suponer que el dominio de la naturaleza iba encaminado precisamente a asemejarnos a los dioses. En paralelo a la preocupación por la técnica que manifestaban aquellas primeras leyendas, los griegos indagaron también en las virtudes morales (para ellos, eminentemente políticas).

¿Qué primera similitud hay entre el desarrollo de la técnica y el progreso moral? Ambos parten de una diferencia básica: los humanos no somos dioses. En la limitada, finita, tierra de las personas, con los limitados recursos que las personas tienen, tenemos, debían abastecerse, debemos abastecernos, todos los mortales.

Si con los griegos se estableció una estrecha vinculación entre mortalidad, escasez de recursos y aprovechamiento técnico de los mismos y reflexión moral, esta ecuación no parece que siga vigente en nuestros días. Aspiramos a la inmortalidad, produciendo por encima de las posibilidades del planeta, de nuestros ecosistemas y de nuestra biología; lo que producimos está destinado, ya no a nuestro consumo, o a un mejor dominio de la naturaleza, sino a la acumulación; los fabricantes están más preocupados por la no-fiabilidad del producto (obsolescencia programada, compromiso de garantía, producción en masa) que de su utilidad a largo plazo.

¿Nos convierte, en fin, en aspirantes a dioses, ser capaces de destruir el planeta? ¿Es justa la sobreexplotación de los recursos naturales? ¿Y la sobreproducción? ¿Estamos en condiciones de controlar el consumo? ¿Qué límites encuentra y qué retos deberá afrontar nuestra economía en términos de cuidado del cuerpo, conservación del ecosistema y del planeta?

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