Sobre un escenario de madera, inerte en apariencia, una bailarina deposita su cuerpo. Y es entonces cuando la madera se despierta en una sinfonía de crujidos, ecos, vibraciones… como si el suelo reaccionara al diapasón de los movimientos y las emociones.
Julie Coutant et Eric Fessenmeyer, Compagnie La Cavale, han imaginado una performance para cuerpo y sonido con la complicidad de Thomas Sillard, el ingenioso inventor de este sutil dispositivo de mecánica electro-acústica, donde los cables, los sensores y vibradores amplifican la presencia de la intérprete.Instalado a su alrededor, el público recibe esta acción desde muy cerca y participa así de esta ceremonia de la atención, donde lo viviente y la materia intentan una conexión.

En un viaje a Islandia (la naturaleza de este paisaje es muy potente y todavía recuerdo hoy todas aquellas sensaciones tan fuertes) visité una pequeña isla, nacida de una explosión volcánica en el océano Atlántico junto a la costa sur del país. Como un volcán dormido o semidormido, este segundo solo creado por Benjamin Coyle es una travesía sensorial y espacio-temporal de fuerza hipnótica, que perturba la percepción del tiempo y los ojos de los espectadores.
El paisaje sonoro, evocador de una naturaleza remota, se asocia a los movimientos precisos del intérprete, que se superponen progresivamente y se entremezclan como estratos geológicos frontales y giratorios. El descenso se convierte en una aspiración in crescendo y el movimiento perpetuo en un trance. La banda sonora se convierte en un acompañante fantasmal, una sombra que se mueve como la lava..